La verdad es que esto de mantener un blog no se me da nada bien. Y es paradójico, dado que me gusta escribir, y es una plataforma fácil para este propósito.
Han pasado muchas semanas, casi un mes desde nuestro estreno en la ciudad de Zaragoza, la ciudad que nos ha visto nacer artísticamente.
Las cosas han ido bien, muy bien. Llenamos el teatro, atrajimos comentarios favorables de sectores muy variados en edad y ocupación y salimos en los medios de comunicación hasta en la sopa.
Esto último de sorprendió, me desconcertó tanto que tengo la sensación de no haber lanzado el mensaje que quería en las entrevistas que dábamos.
¿Qué quería? Lo primero, no pensé que nos hicieran ni puñetero caso, así que no tenía ningún discurso preparado. No sabía lo que quería, aunque sabía lo que no. E improvisar así en los medios no es la mejor de las situaciones.
Queríamos hacer promoción de la obra y llenar el mercado (sí, principal). No quería que se nos etiquetara de compañía marxista (creo que la única marxista de la compañía soy yo), pero dejar claro nuestro compromiso con la izquierda al mismo tiempo. No quería parecer panfletaria, bastantes panfletos nos hacen tragar a diario, pero sí comprometida. No quería defender a la URSS (por eso del stalinismo) pero no quería criticarla (por eso de que la obra es un canto básicamente anticapitalista). Y entre el quiero y no quiero me enmarañé y de ahí no salí. En fin, todos los días rezaba: «Virgencita, virgencita, que no me haya visto ni oído demasiada gente».
En fin, todo esto no es más que una reflexión tonta y tardía de una de las experiencias iniciales de esta locura marxiana.