DIARIO DE DIRECCIÓN

El trabajo hasta ahora no ha sido fácil. Ha estado lleno de parones: mi trabajo, el trabajo de Alfredo… Algunos días te parece que todo es ilusorio, que no hay tiempo real, que no hay continuidad y que vas a terminar claudicando. Bueno, lo hemos intentado chicos, no sería la primera vez. Pero en esta ocasión hay algo diferente. Una fuerza que nos impulsa a seguir, a avanzar despacio, a continuar aunque sea poquito a poco. Me pongo metas. Alguna se consigue, otras no. Pero el espectáculo sigue configurándose, pese a mí, pese a mis condicionantes, pese a los de Alfredo.

De repente nos vemos haciendo la primera compra, un pequeño maniquí que hará las veces de Eleanor Marx. Ya tenemos a Eleanor, ya hemos hecho un gasto con nuestra escuálida producción. Eso ocurrió en mis vacaciones de Semana Santa: una semana de ensayos y una pequeña Eleanor. En esas vacaciones también nos pusimos en contacto con el escenógrafo y resolvimos cuáles iban a ser los elementos necesarios para la puesta en escena. Tenía muchas ideas en la cabeza (una mesa estática en el centro del escenario antes de que entrara en personaje, Marx como estatua olvidada en el almacén de un museo, Marx como pieza de una retrospectiva de arte soviético…) Nada me satisfacía, nada terminaba de ajustar o necesitaba demasiada justificación para sostenerse, aunque fuera internamente.

El actor, Alfredo, al igual que yo, necesitamos de la justificación para continuar, necesitamos entender lo que nos rodea, lo que creamos. Así de racionales hemos salido. Finalmente, encontramos la fórmula: la más sencilla, la más literal, la más eficaz. Razonamiento de Okham.

Sabiendo contextualizar su llegada, podemos elegir los elementos, la escenografía, si es que se le puede llamar escenografía a esta enumeración de elementos básicos que empleamos. Desde luego, son pocos y necesario, pero tal y como se utilizarán crearán todos ellos un espacio escénico rico en matices. Serán como un recordatorio histórico de todo lo que hemos ido contando desde el primer momento. Del espacio vacío al espacio plagado de elementos fundamentales y simbólicos.

Este hallazgo fue celebrado, pero nos dimos cuenta que necesitábamos un escenógrafo, alguien que diera solución a los pequeños inconvenientes que surgían de la idea: patas plegables, ruedas que no se atascaran al girar, maletas que se mantuvieran abiertas… Y todo ello al servicio de una necesidad fundamental: todos los elementos de la comedia tienen que caber en el maletero de mi coche.

30 de junio de 2012

Estoy revisando el texto, que me parece demasiado largo. Prefiero empezar a leerlo desde el principio, aunque haya partes que ya estén montadas. Me encuentro con el primer escollo. El momento en el que a Marx le da un ataque de tos. Es un chiste, un chiste sin importancia, en realidad; podría desaparecer. Pero, ¿por qué? Tampoco veo una razón clara para su desaparición. Podría ser el inicio de una serie de ataques de tos que el actor podría emplear en caso de quedarse en blanco, dudas en el texto o mera inspiración. Alfredo y Alfonso, los dos AL, me dicen que hay que quitarlo o retomarlo. No lo veo claro. Me gustaría tomar una decisión clara. Pero creo que seguir dando vueltas alrededor de esta tontada no viene a cuento y aporta cero. Llegará con la evolución de los ensayos. Creo que dejarlo tal cual aparece en el texto original es la mejor opción.
La buena noticia del día es que ya tenemos baúl y maleta. El baúl es perfecto, de madera, viejo pero firme. La maleta no es de la misma época, pero tiene un aspecto bastante arcaico. No me importa que no parezca decimonónica; de hecho, la sitúo en los años 40 del siglo XX, más o menos. Pero me gusta ese anacronismo, ese juego inconcreto con los pasados… y sobre todo me gusta su precio: ¡5 euros!